domingo, 5 de octubre de 2008

CANTO DE MOCTEZUMA ILHUICAMINA


La sinopsis el libro Desde la Azul Entraña (Edamex, 1997) reza: "El poeta autor de este libro comete el delito de estar comprometido con las lágrimas del pueblo, con el infinito sufrimiento de los que nada tienen y con el ensangrentado camino de La Patria saqueada, vendida y pisoteada.
"Por tanto, pudiera ser que este libro no dijera nada a los intelectuales agrupados en capillas ni a los gobernantes tecnócratas. Al autor eso no le importa, con tal de que diga algo a los pobres, a los obreros desamparados y a los labriegos tristes, a los indígenas descalzos y a los niños sin mañana, a los estudiantes que viajan en Metro o en Combi.
"¿Para qué quiere más? Al poner este libro en tus manos, amigo lector, tú lo juzgarás mejor que nadie. Que llegue a tu alma es lo único que importa, para que no sea verada que los poetas son una especie en extinción".






CANTO DE MOCTEZUMA ILHUICAMINA





Gabriel del Río





Desde el tierno regazo de mi madre


princesa matlacinca,


supe que vine al mundo


para flechar al cielo,


para ser Moctezuma Ilhuicamina


el monarca rodeado de hechiceros





Mixcoátl me entregó al trono


del luminoso imperio


porque yo fui el guerrero


que condujo al fragor de la batalla


al poderoso ejército


siempre en son de conquista,


porque también Itzcóatl me dio la chispa


del pedernal contra la cobardía.


Y extraje el corazón negro del miedo;


mi valor era inmenso;


nunca me amedrentó el enemigo,


porque si de rival yo derramaba


la sangre, la ofrecía a Hutzilopochtli


y él al imperio azteca engrandecía


y hacía con su grandeza


cuchillos áureos con piedras en derroche


para rasgar los velos de la noche.





Me heredaron su corazó bravío


los que un día llegaron desde Aztlán.





Tengo la habilidad de Acamapichtli


y también de Tenoch para pactar


y a hurtadillas la gloria conquistar.


Entretejí, como ellos, en mi alma,


multicolores plumas


y pedazos de luna


para hacer mi ciudad más bella y diáfana.


Y la hice majestuosa


y la libré de la furia del agua


que con diques detuve cuando supe


que las serpientes cristalinas iban


a labrar su desgracia.


Y di a la mujer pública castigo


y a la adúltera, muerte


y al ebrio y al ladrón, el desprestigio


porque mi imperio habría de ser de jade,


de oro y obsidiana


de sedoso plumaje


y de atmósfera limpia y perfumada.





Una cima bañada de esplendor


le di al Templo Mayor.


Y enriquecí los silos


y hasta la orilla azul


del mar que un día traería al extranjero


llevé el poder inmenso de mi ejército,


mis magias y mis mitos,


la fuerza de mi imperio


y el rojo corazón de mi enemigo.





Pero una noche negra


a mi imperial ciudad le pondrían sitio.


El águila caería sobre el teocali


y empezaría el azteca sacrificio,


sepultando a la Gran Tenochtitlán


bajo el polvo inclemente del olvido.



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